Alberto Florio es el responsable del área de Educación en Contextos de Encierro del Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires, Argentina. Tras una larga experiencia de trabajo como docente en contextos de encierro, él considera que la construcción de sujetos libres y autónomos, que ya no sean invisibles, es una tarea pendiente de la educación.
¿Qué fundamentos legales garantizan la educación a las personas privadas de libertad en Argentina?
Desde los años 80, tras un trabajo de educación en las cárceles, quedó establecido que al crear una cárcel hay que incorporar su escuela primaria y secundaria. En el 2007, quedó establecido en la Ley la obligatoriedad de la educación secundaria. Este proceso de obligatoriedad vino acompañado con el establecimiento, en la ley, de la modalidad de educación en contextos de encierro, en donde se tiene que garantizar a todas las personas privadas de libertad la educación primaria y secundaria obligatoria, más todo lo que pueda posterior a la educación obligatoria. Tanto el Ministerio de Justicia, del cual depende el servicio penitenciario, como la Secretaria del Derecho del Niño, de la cual dependen los institutos de jóvenes en conflicto con la ley, tienen la obligación legal de favorecer la educación de estos niveles obligatorios, garantizar los espacios como para que se pueda trabajar en la educación obligatoria. A esta necesidad imperiosa de la ley, se le agrega una fuerte coordinación a nivel nacional, la Coordinación Nacional en Contextos de Encierro, que tiene por función garantizar y promover la educación y la modalidad en los distintos contextos. Conjuntamente, la ley que crea la modalidad de educación en contextos de encierro se ha transformado en programa nacional.
¿Podría hablar un poco de su experiencia de trabajo con educación en contextos de privación de libertad?
En 1983, con la llegada de la democracia a Argentina, comienzo a recorrer con otros/as profesores/as las cárceles para incorporar la educación secundaria. En la provincia de Buenos Aires, había 11 cárceles nada más – hoy, en el 2012, tenemos cerca de 55 cárceles. Empezamos a desarrollar la escuela secundaria en la cárcel de Mercedes; en la ciudad de Dolores, San Nicolás; y en La Plata, en la Unidad 9; también se agregó la escuela secundaria en la Unidad 33, que es una unidad de mujeres. Con el tiempo, y las tranformaciones que resultaron en la creación de estas escuelas secundarias, bien como del marco legal que establece la política nacional de educación en las cárceles, nosotros empezamos a observar algunos aspectos en la historia de los hombres privados a la libertad que estaban centrados fundamentalmente en su niñez que es una niñez en general de privación, de profundo dolor, de cárcel – porque estaban o en institutos asistenciales o en institutos de menores – y de una ausencia del Estado en todos sus niveles. Así, empezamos a ver que se hacía necesario trabajar con problemas que favorezcan y prevengan la presencia de estos chicos en la cárcel. Y si la única respuesta que el Estado va a dar va a ser la refuta penal, es evidente que no está funcionando bien.
¿Y qué programas existen hoy a ese respecto?
Hasta el momento, hay seis programas de recuperación de los chicos al sistema educativo. Pero lamentablemente, no hay una formación profunda de educadores/as para estos sistemas, para esta nueva modalidad. Yo lo que observo es que estos programas son muy bien pensados, pero falta una experticia del docente que trabaja con él. El/la docente puede tener muchas ganas, mucho compromiso social, pero necesita también conocer mucho su disciplina y ver como enseña en situaciones de droga, en situaciones de pobreza, en situaciones de violencia, etc. Tienen títulos, una formación docente, pero no hay una formación específica. Es un tema, así como la educación de personas adultas no ha adquirido en tanto tiempo la fuerza que debiera que tener. Eso me parece que es un tema que no está trabajado, especialmente acá en Argentina. Falta que la escuela enseñe, y que el chico aprenda y que la escuela no sea una misma escuela para todos, hay que ver como rompemos esquemas escolares. Hay espacios en donde tenemos que construir la educación.
¿Desde su experiencia como educador cómo ve la formación docente para trabajar en las cárceles?
Yo creo, por un lado, que hay que haber un fuerte componente antropológico en el sentido de concebir, digamos, un modelo o una visión del humano en donde se vea que se construye un sujeto a través de un tiempo que es producto de una circunstancia social. No hay una naturaleza que define y determina a la persona presa, sino que al contrario, que precisamente esas condiciones sociales, las que de alguna manera transforman y van generando un sujeto que finalmente no tiene otra salida que el delito. Ese sentido de pulsión social es un elemento muy gravitante en la aparición de la delincuencia y, además de la droga, digamos, una respuesta que da al expulsado social es el romper las normas. Lo notable es que los chicos, cuando Ud. habla con ellos y empieza a trabajar en educación en los centros de menores, no nos van a discriminar. En ellos la palabra discriminación es una palabra muy fuerte y, digamos, el sentido, el significado de la palabra discriminación es muy profundo… Pero que a veces la palabra tiene determinado significado por la historia de cada uno ¿no? Cuando el chico dice que se siente discriminado, que se siente expulsado y ese sentido de expulsión es muy fuerte, eso genera mucha reacción, porque permite a los jóvenes presos conciliarse con ellos mismos, como que empiezan a ver que son sujetos de conocimiento, de que están dialogando porque han creado una obra, porque están trabajando en un corto metraje, porque están exponiendo, porque mostraron una poesía o están analizando problemas matemáticos o de ciencias, ahí es donde la subjetividad empieza a construirse de otra manera y el sujeto deviene en la vida. Y muchas veces vamos sin perder nuestra identidad transformándonos, nuestra subjetividad se transforma en presencia de los demás.
¿Cuál es el sentido, para las personas que están en las cárceles, de la existencia de una escuela allí? ¿Qué esto cambia?
Entre las personas presas es como un espacio de dignificación, es un espacio de vida ciudadana, se sienten con derecho, con palabra, con posibilidades de ser escuchadas, de poder hablar, de diferir, de sentir, etc. Porque el mundo de la cárcel tiene, por un lado, el sistema penitenciario, con su rigidez, con todos los elementos que, de alguna manera, para poder ser gobernada esa población necesita estructurarse, sistematizar, quitar subjetividades, y todo ese tipo de cosas van generando una forma de destruir lo fundamental de una persona, la capacidad que tenga de poder expresarse con libertad, un horario para comer, un horario para ir al baño, el teléfono, todo eso son formas que al sistema le permite gobernar a esa población. Por otro lado, el mundo del pabellón es un mundo muy duro, muy cruel en donde las relaciones son asimétricas, en donde hay algunos que mandan otros que tienen que obedecer, es un largo sistema de admisión, es cuando el preso ingresa a la cárcel, se lo desnuda, se le hace toda un diagnóstico, él cuando entra al pabellón empieza allí otra nueva selección, entra a un lugar en donde muchos empiezan ya a examinarlo, ¿de dónde sos? ¿qué hiciste? El primer elemento que lo significa es el barrio, ese lugar donde nació, donde vive, ahí es el primer elemento que lo aglutina, de ese lugar comienza a surgir el lugar que va a ocupar en ese espacio, es lo que llaman acá el rancho, la ranchada, donde se agrupan los presos, donde conviven, donde participan. En ese lugar él es sometido a una prueba, y él comienza a conocer rápidamente los códigos que se manejan. Una vez un chico me decía a mí, yo quiero que Ud. me conozca, dice, yo lo quiero llevar a mi casa porque yo no soy así, quiero que conozca a mi abuelo, Ud. viera como soy yo. La escuela es el único lugar por ahora en donde eso se repara. A veces el valor de la escuela es ese en el caso de los chicos.
¿Qué expectativas tienen esos sujetos en relación a la educación?
En principio, yo diría que es como una escala. Primero ir a la escuela porque la escuela de alguna manera les permite salir del pabellón, de ese ambiente, es un ambiente más grato, más respetable, es como un escape. Por otro lado, la escuela tiene un elemento que es el encuentro con el saber. Un primer elemento como que le da en su forma de ser padre/madre la posibilidad de cuidar el estudio de su hijo, es un elemento muy importante, o mostrar en la visita la nota que se sacó, hasta que después todo eso se va metiendo dentro y él/ella empieza a adquirir autonomía y esa autonomía la va a lograr prácticamente cuando vaya a los centros universitarios, ahí es donde se independiza, la escuela secundaria todavía sigue muy próximo a la figura del o de la docente. Por eso el/la docente tiene que tener un momento de generar una relación de reciprocidad.
¿Qué experiencias y desafíos destacarías con relación a la educación en la cárcel?
Yo creo que lo que tenemos que trabajar nosotros ahora es en el egreso de la misma escuela de secundaria, del chico. Esto implica poder lograr que durante un año a dos años, este joven que fue privado de la libertad pueda recuperar y reparar algunos problemas que el encierro colocó además de la privación de la libertad, porque el encierro daña al sujeto, independientemente de la pena privativa, genera daños como estos que estuvimos hablando, la falta de posibilidad de comunicarse con libertad, de elegir, un montón de cosas que varían. Al que tuviéramos durante un año y medio o dos años la posibilidad de que pudiera lograr una nueva trama social, un nuevo grupo societario constituido por los chicos que salieron de escuela secundaria y una capacitación laboral, que tuviera esto tanto porque este chico cuando egresa vuelve a su barrio a veces y en ese barrio se encuentra con sus mismos y viejos compañeros que le van a reclamar que vuelva con ellos, y si él no lo hiciera, tiene que encontrar otra trama social, pero si no hay trabajo y la escuela lo expulsa vuelve de nuevo aquí. Lo peor que le puede pasar a un ser humano es encontrarse solo, sobre todo a esa edad. En cambio en esa esquina, en esas esquinas, por lo menos en Buenos Aires hay muchas donde están los chicos, cuando vos te acercás a hablar con ellos, y digo: ¿qué están haciendo? Nada, están juntos, es porque eso muestra la profunda soledad que viven nuestros jóvenes. Están solos, las personas adultas nos borramos, incluso los que están allí es como que si no existieran, cruzamos. Es tremendo, no ser nadie, ser invisible. Entonces yo creo que tenemos que trabajar en el egreso, y por supuesto las escuelas nuestras ya que cuando aseguremos la calidad con la formación docente, ver cómo podemos ver los barrios para prevenir. Esta sociedad, nuestra sociedad, en su gran mayoría está muy enferma, muy muy enferma, hay mucho odio, hay mucha necesidad de venganza y hay una violencia muy profunda y un desprecio muy grande por las criaturas, los jóvenes. El joven hoy es peligroso, yo me acuerdo que les digo a los chicos en la facultad a veces, ustedes en la década de 70 eran sujetos peligrosos, ustedes hoy son los pibes que andan con las zapatillas, la gorrita, antes ustedes con un libro eran peligrosos, desaparecían, y parece que eso les funciona a los jóvenes, ¡es algo tremendo!
¿Cómo va a hacer para reeducar a la sociedad? ¿Para cambiar eso?
Eso es más difícil. El gran problema no es cambiar el sistema político, el problema es cultural y eso es muy difícil. Yo creo que habría que apostar en la educación, yo creo que la única forma es educar y ¿cómo? Bueno, contactando, abriendo el espacio, yo me dediqué siempre a llevar a los pibes míos, cuando estaba en la escuela secundaria, a las cárceles, a los psiquiátricos, y a los lugares del margen, y una vez me acuerdo que allá en un psiquiátrico, un enfermo mental le dijo: “mirá que uno no está loco todo el tiempo”, con mucha lucidez.
¿Se puede decir que estas personas en contextos de encierro han sido escuchadas por las y los responsables de la formulación de políticas y los ministerios?
No, en general no han venido, en general los barrios están muy solos, es donde la policía va a arreglar una pelea, un alcohólico, y todo entre barrios. Eso está demostrando que allí está faltando el educador/a social, el trabajador/a social, no tendría que estar el policía allí, pero el único juez es el policía, lo cual te indica que hay mucha soledad en los barrios y hay mucha droga. En cada entrada de villa hay un destacamento policial y allí es donde se da todo el negocio de la droga. Además, es todo el estado de pobreza que hace que vendan, cuando uno ve las cárceles las mujeres en su mayoría son por drogas y ¿por qué? Porque tienen que cuidar la casa, entonces hacen un quiosquito y mientras cuidan a los hijos… ¡Y la pobreza! El tema de la pobreza y sobre todo pobreza y el desequilibrio entre los que más tienen y los que menos tienen, eso yo creo que ¡es fatal!