Tomer Usach aprendió, con tan sólo 18 años, a romper las barreras que aparecen frente a lo desconocido. Pablo Ingberg, un joven con discapacidad intelectual, fue su compañero de grado y desde pequeños entablaron una amistad.
“La barrera la hace uno mismo y es importante romperla. El haber compartido un espacio con Pablito me abrió la mente. Ahora siento que me manejo diferente frente a las situaciones de diversidad”, dice Usach.
Como él, quienes tienen un vínculo cotidiano con alguna persona con discapacidad -en el trabajo, en la escuela, en su casa- coinciden en que aprenden a ser más empáticos, tolerantes y a perder el miedo a lo diferente. Los referentes de la temática también sostienen que en la mayoría de los casos la inclusión repercute en múltiples aspectos positivos para el entorno de la persona.
La Nación – 13/03/2017