Las paredes del aula eran azules. Ellos la veían como un sitio enorme pero es pequeñita, no más de 20 metros cuadrados. El profesor vestía siempre pantalón negro y camisas de colores. La que más recuerdan era rosada. No saben de qué les estaba hablando, pero uno de los niños había pasado al frente y el profesor Negrete le dio un empujón tan fuerte que lo estampó contra el pizarrón. “Esta es la forma en la que me gusta trabajar”, dijo. “Así me enseñaron a mí”. Y ese fue el día en que todo empezó.
Durante un año entero estos 41 niños fueron las víctimas de un sueño maldito. El profesor Negrete los golpeó con sus manos, a patadas, con palos de escoba, con cables; hizo que se pisaran unos a otros en el suelo, que se pegaran en ‘fila india’, que se pelearan hombres contra mujeres. Eran niños de entre 9 y 10 años y les obligó a ver pornografía, a desnudarse, a besarse, a besarlo, a tocarse, a tocarlo, los tocó, los violó.
Todo lo hizo en esa pequeña aula de la academia Pedro Traversari, en el sur de Quito. Un aula pegada a muchas otras aulas iguales y que daba directamente a un pasillo abierto y resguardado por inspectores de uniformes militares. Lo hizo escondido tras unas cortinas que los propios padres compraron y algunos cartelones que le ayudaban a cubrir los ventanales. Lo hizo, aparentemente, sin que nadie se diera cuenta.
La Hora – 26/07/2017