Por Alexia Rattazzi
Fuente: La Nación
Es muy interesante ver como el cambio de paradigma en educación genera reacciones de la más diversa índole. Incredulidad, resistencia, entusiasmo, rechazo, ilusión, enojo, anhelo, vehemencia, defensa acérrima, etc. Una variedad de emociones y actitudes que reflejan el crisol de creencias acerca de esta temática. Cuando hablo con gente conocida de “una escuela para todos ” y docentes que cuenten con herramientas para acompañar a niños y adolescentes diversos, me encuentro a veces con reacciones cargadas de mucho escepticismo: “¿no es utópico lo que planteás?” “¿realmente creés que se puede?” Y.¿sabés qué? Cuando veo que día tras día se vulneran derechos (especialmente de personas con discapacidad), cuando escucho historias de padres que recorrieron decenas de escuelas sólo para ser rechazados una y otra vez, cuando me entero de experiencias exitosas en lugares donde hay una educación inclusiva (en nuestro país y en el exterior), cuando escucho discursos encendidos e inspiradores de gente que la tiene muy clara. sí, creo que la educación inclusiva es posible (y muy deseable). ¿Será un proceso corto? Probablemente no. ¿Será un proyecto fácil? Probablemente tampoco. Pero no por eso hay que dejar de intentarlo y tenerlo como estrella que nos guía en el horizonte.
Considero que hay 4 ejes como para empezar a darle vueltas a esta temática: 1) el cambio de mentalidad, 2) la voluntad política (de los tomadores de decisiones), 3) las herramientas con las que cuentan los docentes y los directivos, y 4) la accesibilidad de las escuelas.
El cambio mentalidad es acaso el desafío mayor. No es fácil cambiar las creencias, especialmente cuando son muy profundas y arraigadas. Con respecto al impacto que pueden tener los que toman decisiones, me vienen a la mente dos ejemplos muy concretos. Rezaba el título de una noticia muy reciente relativa a la provincia de Neuquén: “A partir de 2018, los alumnos con discapacidad podrán ir a cualquier escuela”. ¡Uau! Otro ejemplo, más en el plano de las conjeturas (por el momento): ¿por qué no enseñar Lengua de Señas Argentina en todos los jardines de infantes? Si alguien decide que los alumnos deben estudiar inglés, también puede decidir que aprendan LSA. Si todos los niños supieran hablar LSA, el día de mañana las personas sordas andarían por las calles y no se chocarían persistentemente con las inmensas barreras de comunicación con las que se topan hoy en día. ¿Por qué? Porque la sociedad toda sabría LSA. Por otro lado, el hecho de aprender una lengua fuertemente ligada a la comunicación no verbal ayudaría a muchos niños a estimular el desarrollo de la comunicación y el desarrollo cognitivo. ¿Por qué no intentarlo? Se reduce a una decisión de una persona en un lugar clave.
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