Orei

El valor de una palabra

En algún momento, mientras revisaba los artículos publicados en la CLADE y el texto final de la reciente Cumbre de Naciones Unidas y pensaba qué me gustaría decir acerca del gran significado que tiene haber conseguido que en el documento conste como objetivo “Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos”, comencé a imaginarme qué dirán los habitantes del planeta tierra dentro de 100 años cuando algún curioso investigador de la historia del derecho a la educación reconstruya el paso el paso de los esfuerzos  realizados para que, en una declaración que compromete a todos los países y gobiernos del planeta, lea este texto…

Y bueno, como el futuro es incierto (a no ser por los pasos que damos en el presente para darle dirección), imaginé varias posibilidades.

Entonces imaginé que chicos y chicas de sectores populares, de países empobrecidos y con desigualdades mucho más profundas que las que vivimos hoy se preguntaban cómo era posible que después de tantos años, de tanta lucha y esfuerzo, ellos y ellas no conocían aún lo que era una educación inclusiva, equitativa y de calidad. ¿Cómo es posible que se diga tanto y se haga tan poco? ¿Por qué, si han pasado ya cien años, todo sigue igual o mejor dicho, peor? ¿Qué hizo falta? Será fácil para los lectores suponer que esta imagen no me gustó y claro, decidí abandonarla. No, este no puede ser el futuro.

Luego imaginé a los luchadores y luchadoras por el derecho a la educación que, en cien años, recogiendo el legado de los luchadores y luchadoras de hoy, continuaban el esfuerzo, se movilizaban, insistían y, en la Cumbre de las Naciones Unidas, levantaban de nuevo su voz  sin conformarse con los avances logrados, denunciando la existencia de exclusión e inequidades en los sistemas educativos. Defendiendo y argumentando la importancia de que esas palabras sigan en la declaración y que, sobre todo, se hagan realidad. Como seguramente les está sucediendo a mis lectores/as, esta imagen me reconfortó un poco pero, la verdad, no me conformó.

Entonces, imaginé que chicos y chicas de todas las edades, culturas, creencias, procedencias, en fin, conversando sobre el descubrimiento del curioso investigador, se daban cuenta de que, de no haber sido por todas esas luchas, no estaría disfrutando de esa educación inclusiva, equitativa y de calidad de la que ahora ellos y todos los chicos y chicas del mundo, podían disfrutar. Me imaginé que, en lo profundo de su corazón, enviaban un mensaje de agradecimiento a todas las personas que, en este siglo 21, se habían empeñado no solo en lograr que el texto dijera lo que decía, sino también en insistir para que, al momento de mecanismos, indicadores, procesos y resultados, no se traicionara el espíritu del texto.

Y decidí que esta es la única imagen de futuro digna y que todo el esfuerzo realizado por lograr este texto en declaración de la última Cumbre de Naciones Unidas tiene sentido y orienta un camino. Tiene sentido en el contexto global de la declaración porque, del logro del objetivo 4 depende en gran medida, el logro de prácticamente todos los objetivos de la declaración…y bueno, la verdad es que no incluir la inclusión sería, en sí mismo, un contrasentido. Pero también, orienta un camino que, a juzgar por los hechos, no será fácil ni tampoco corto pero que, con la declaración en la mano, puede ser más rápido.

Nelsy Lizarazo, comunicadora, educadora, integra la Pressenza – Agencia Internacional de Noticias dedicada a noticias sobre la paz y la no-violencia. Fue secretaria ejecutiva de ALER entre 2006 y enero de 2013.

Iniciativa:

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