Por Nelsy Lizarazo
Indigna y entristece decirlo, pero así es: los datos de las violencias existentes en las instituciones educativas siguen creciendo y nuevamente, están vinculados con la imposibilidad de aceptar y respetar las diferencias. Es decir, con las limitadas capacidades inclusivas que tienen los sistemas educativos.
En el marco de la reunión internacional de ministros de educación que se llevó a cabo en la sede de UNESCO en París, los días 17 y 18 de mayo, se presentó el informe Out In The Open – A la intemperie. Los datos recogidos ponen en evidencia los niveles de violencia, tanto psicológica como simbólica y física del que son víctimas las y los estudiantes LGBTIQ: “El informe revela naturaleza, alcance e impacto de la violencia, analiza el estado de las respuestas que brinda el sector educativo a este fenómeno y hace recomendaciones de acción a futuro”. Es, claramente, una denuncia de la violencia homófoba y transfóbica que existe en los ámbitos educativos.[1]
Tengo ganas de decir, después de ver los datos del informe, que países tan disimiles como Estados Unidos, Noruega, Japón, Lesotho y El Salvador, los índices de violencia contra las/os estudiantes gays, lesbianas, bisexuales, transgénero o queer, son altos. Significa entonces que aceptar y respetar la diversidad sexo genérica, es un desafío enorme que no depende, por lo que muestran los datos, de los indicadores económicos o de bienestar de un país. Al parecer, la diversidad sexo genérica confronta patrones culturales profundos y vigentes aún en China, Lituania, Argentina, el Reino Unido y Namibia. Tan vigentes y profundos que incluso chicos y chicas heterosexuales, pero con comportamientos que “no se ajustan” a los patrones masculino y femenino aceptados socialmente, también son víctimas de violencia en las instituciones educativas. Escuelas y colegios son, una vez más, ámbitos de reproducción de prejuicios y discriminación.
También tengo ganas de decir que no hay diferencias significativas en los índices de violencia entre países que cuentan con legislación que explícitamente exige la inclusión de las/os estudiantes LGBTIQ exactamente en las mismas condiciones y con las mismas oportunidades que las/os estudiantes heterosexuales, y los que no cuentan con ese tipo específico de legislación. No quiero, de ningún modo, desmerecer la importancia de la existencia de marcos normativos al respecto pero queda nuevamente demostrado que no es la norma la que transforma la cultura. Quizás la anuncia, expresa las aspiraciones, pero no la transforma.
Tendría ganas de decir más cosas que me surgieron revisando estos datos inaceptables y dolorosos. Pero prefiero que quienes lean este artículo se animen a leer el informe.
Ahora bien, el informe de UNESCO, trae también propuestas y recomendaciones para un abordaje integral de la problemática porque, como lo recordó Irina Bokova, Directora General de la UNESCO: “La UNESCO reconoce sin embargo que ningún país puede lograr esa meta si sus estudiantes son discriminados o experimentan violencia o bullying debido a su orientación sexual real o percibida o a su identidad de género”.[2]
En la perspectiva de las propuestas, el documento destaca principios claves para las respuestas que debe dar el sector educativo frente a la violencia homofóbica y transfóbica y construir ambientes de aprendizaje seguros e inclusivos. El primero de ellos es basar toda acción en los derechos. El segundo, trabajar siempre sobre aprendizajes inclusivos, es decir, que se construyan a partir de las diferentes perspectivas, necesidades y experiencias de todas/os las/os estudiantes. Este principio es muy interesante, porque parte del hecho de que también cada estudiante gay, lesbiana, bisexual, transexual, intersex o queer, tiene una historia, una vida, unas necesidades y por tanto, perspectivas diferentes. La comunidad de estudiantes LGBTIQ es, por tanto, diversa en sí misma. El tercer principio es la participación: construir cualquier respuesta y política frente a la violencia transfóbica y homofóbica, exige que las/os estudiantes LGBTIQ participen en ese proceso de construcción. No es posible hacerlo sin sus voces, sus opiniones, sus ideas y su corresponsabilidad. En cuarto lugar, la búsqueda de la equidad de género, como enfoque y como objetivo concreto, asumiendo que el género incluye todas las identidades de género y que se trata de transformar estructuras en esta perspectiva. El quinto principio es actuar a partir de la evidencia y del conocimiento de las diferentes disciplinas científicas para lograr respuestas integrales. En sexto lugar, por supuesto, la importancia de ofrecer información y apoyo en concordancia con la edad de las/os estudiantes y finalmente, es fundamental que las respuestas a la violencia homofóbica y transfóbica en las instituciones educativas tienen que ser pertinentes y sensibles culturalmente.
Quienes creemos en el derecho pleno a una educación de calidad para todos y para todas, quienes creemos en el respeto a la diversidad en todas sus expresiones como una necesidad, una aspiración y un anuncio de futuro digno para cada ser humano en todo el planeta, nos encontramos frente a un desafío mayor, un desafío que pone en cuestión las pautas de convivencia aún vigentes normadas, profundamente, por una sociedad heteronormativa.
Nuestros chicos y chicas LGBTIQ merecen vivir sin violencia, tanto como lo merecemos cada uno/a de nosotros/as.
[1] http://www.unesco.org/new/es/media-services/single-view/news/report_shows_homophobic_and_transphobic_violence_in_education_to_be_a_global_problem/#.V41749LhDMx
[2] Op.cit.
Nelsy Lizarazo, comunicadora, educadora, integra la Pressenza – Agencia Internacional de Noticias dedicada a noticias sobre la paz y la no-violencia. Fue secretaria ejecutiva de ALER entre 2006 y enero de 2013.
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